martes, 1 de diciembre de 2009

En la acera de enfrente la ventana muestra una casa ansionsa, que exhibe, llena de orgullo, su elaborado acicalamiento navideño.

Es el primer día del último mes del año, y Papá Noel se cuela en todas las casas, militantes de la navidad o no, colgado de la brisa invernal.

Ruido, gente abrigada, con bolsas, con las manos vacías, con portafolios, caminando, en auto, sola, en grupo o en parejas, haciendo planes vacacionales, de cenas, de posadas, protestando porque el caos toma por asalto a la ciudad siempre que llega Diciembre.

Todo tipo de cosas que pasan allá afuera, la vida que se revuelve inquieta.

Acá adentro, en esta sala de duela antigua y quejumbrosa, una mujer ajena a todo piensa en el que está lejos y suele, a veces, por temporadas, ser su hombre.

Lo extraña, lo imagina, lo huele en la distancia. Su cabeza dispersa salta de la pantalla a la luna llena a las nubes a una que otra estrella que logró colarse entre el smog a la pared, y sólo puede concentrarse para recrearlo en el espacio vacío y recordar cuánto le gusta, cuánto lo desea, cuánto lo quiere a su lado.

Si lo ves por ahí decile que me dijo que besa el aire, ama la ausencia, y sufre la imposibilidad.

Pero que, ante todo y como siempre: es suya.