Ultimamente estoy triste. Me siento inercial. Y eso me mata. No soporto pensarme así. Me genera un desesperación terrible, de esas que más que explotar te come por dentro.
Mi pareja ya no funciona (me enamoré de un egocentrísimo ego), mi trabajo comienza a aburrirme. Descubrí que no sólo no puedo confiar tanto como creía en mi familia, si no que además, por salud mental y emocional, tengo que mantenerme a cierta distancia. Una sabe que en los hombres no puede confiar, sabe también que la amistad no siempre es fácil, que el trabajo siempre tendrá una cuota de aburrimiento y que más bien hay que moverse y buscar alternativas permanentemente. Pero la familia siempre queda en el imaginario como territorio seguro, a donde siempre se puede volver, como la patria, como la casa propia. Al final una se termina dando cuenta de que todos somos gente compleja y difícil. Aprendiendo a entender y manejar este mundo tan lastimado. Pero qué soledad, qué páramo, qué tristeza.
En fin, no me tiro para levantarme ni para que me levanten. Está todo bien. La vida sigue y con su curso miles de cosas buenas que vendrán a equilibrar lo triste dando fuerzas para enfrentarlo.
Quizás en el fondo todo esto es una pataleta porque no quiero dejar a mi novio, aunque soy consciente de que si me quedo al lado suyo, su ego terminaría por absorberme totalmente, para continuar alegremente el camino en busca de la próxima presa. Una lástima. Porque no sé si alguna vez en mi vida había amado tanto ni me había entregado así... la otra opción es que agarre la onda y haga-mos- algo al respecto... pero esa, siempre, es la parte más difícil, que puede llegar a imposible incluso...
veremos le dijo un ciego a un sordo, que charlaba con el mudo... -cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia-.
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