Antes, hace un tiempo -y sobre todo cuando era ama de casa y tenía kilos de tiempo libre- acostumbraba a leer en la mañana las noticias de entre 4 y 5 periódicos en internet, entre ellos, uno de mis pagos y otro de Buenos Aires -de marcado corte izquierdista, por cierto, y que recomiendo ampliamente, sobre todo por sus suplementos, que son buenísimos.
Cuando regresé al DF fui, a medida que me reintegraba a la frenética vida chilanga, perdiendo la costumbre: por falta de tiempo, obviamente, pero un poco también por que hacerlo me llevaba de regreso a tiempos difíciles y aún no procesados.
Hace unos 15 días, quizás más, y en medio de un break de calma, tiempo libre y ocio oficinístico, regresé a la andadas (¿síntoma de adelantos en el proceso de "sanación"? ja...), y vaya que me había perdido mucho (este un tema: si bien aquí en México soy muy felíz en general y veo difícil y lejano dejar estas tierras aztecas a las que les he aprendido bastante el código, la lógica, y a la que -según yo, claro- he logrado adaptarme bastante bien, hay una cosa de origen, familiaridad, perspectiva compartida, que cuando leo y veo a la gente de allá es como un reencuentro, un bálsamo que tranquiliza el escozor de lo aún no resuelto, aún no aceptado, aún no asimilado de este país, ese huequito que siempre queda entre el "no soy de aquí, ni soy de allá").
En el Rio Negro (en general bastante poco menos estimulante que el Página) encontré una nueva sección de blogs bastante interesante y conmovedora: encontrar en las letras de sus escritores -calculo de mi edad más o menos- coincidencias pero con tinte patagónico, y la que quizás sería mi vida si me hubiera quedado. En fin, lindo.
Entre estos blogs me encontré con el de un queridísimo amigo de los años mozos y estudiantiles durante mi breve regreso a Neuquén entre mi derrotero de destinos y búsqueda: El Fer, cuyo link aparece acá, a la derecha.
Fue una sorpresa muy agradable. En parte porque le había perdido la pista y me dió mucho gusto volver a saber de él, pero también, y sobre todo, porque me dio mucho gusto encontrármelo en tal situación.
Fer, desde siempre, o desde que lo conozco, tuvo madera de narrador, cronista, periodista. Siempre tuvo una manera de ver y contar las cosas que te hacía dar ganas de parar todo y sentarte a escucharlo. Sin veleidades, sin protagonismos, sin esconder que lo que está contando lo conmueve —si lo que nos toca no nos conmueve, o si nos conmueve pero nos da miedo mostrarlo... cómo podemos conmover a los demás, me pregunto yo?— y sin esconder un estilo muy propio en pos de la técnica.
Y si bien por lo que pude saber de el a lo largo de los años siempre se mantuvo activo, y cuando no había dónde o qué producir, encontraba la manera de generárselo solito, me da gusto verlo en este lugar que, allá, implica cierto reconocimiento —y ojo, no que me haya vuelto oficialista, simplemente a veces está bueno que los espacios oficiales te reconozcan cuando está claro que venís de otro lado, y, definitivamente, vas a otro totalmente diferente y seguramente contrastante—.
Paralelamente, mientras leía el blog del Fer, tenía abierta otra pestaña con el blog de una amiga virtual, a partir del cual llegue al Flickr —si, soy una blog/flickr adicta— de una chica porteña, al parecer asidua visitante de Tandil, quien acababa de subir unas fotos preciosas de alguna de sus visitas, asumo.
No conozco Tandil, pero por las fotos vi que es muy parecido a General Roca, ciudad Rionegrina donde estudié comunicación social, donde conocí a Fer, donde conocí a mi primer novio en serio, y donde pasaron tantas cosas.
Y los recuerdos empezaron a lloverme encima, tan claros, tan frescos, de cosas que estaban escondidísimas por ahí. Tantas cosas.
El inicio de clases. Empezar a sondear potenciales amigos entre tus compañeros. La precariedad tan acogedora de la universidad pública. Las siempre magistrales clases de profesores y profesoras que cobraban dos mangos. Los hijunagransiete que te hacían quedar para el orto ante todos exponiéndote en tu ignorancia (pero qué aprendizaje, a ver cuándo te vuelve a pasar). Los trabajos prácticos. La cafetería. El centro de estudiantes entonces en manos de estudiantes de filiación radicalista. La Sole, a quien no recuerdo bien cómo conocí, y le perdí la pista, pero recuerdo con un cariño tan grande y siempre una sonrisa. Las rateadas de clase —qué boludez ratearse en la uni, madre mía, pero eran rateadas, literalmente-. El Gol rojo, Massive Attack, Los Visitantes, Don Cornelio, Spinetta. La lata de Converse convertida en cofre atesorador de cassettes.
Conocer a Gonzo, Faca y Fer, que para ese entonces ya estaban atroquelados. Los bizcochitos de grasa a la tarde. La cercanía con Faca, los besos, ponernos "de novio". El día de su cumpleaños y ese día o días después cuando Gonzo me contó que le pasaban cosas conmigo y hasta creo que me leyó un cuento o algo que me había escrito y yo no saber manejarlo, o probablemente no haberle podido decir lo que quería escuchar y saber en ese momento que un gran amigo se te había ido a la mierda y que ya no iba a ser lo mismo.
La partida a México. El fracasado y tan doloroso reencuentro con Faca. La tristeza, el aprendizaje tan a golpes y jurarme a mi misma no volver a hacer tantas cosas.
Tiempo después, no recuerdo como, encontré al Fer por ahí otra vez, y comenzamos a escribirnos. Mails reflexivos, mails con afecto, mails de ponernos al día. Y un día le conté. Le conté que el siempre me había gustado mucho, pero que la verdad no sabía muy bien como acercarme porque me sentía demasiado aburrida, predecible (¿?) para el, y que obvio, era un gran amigo de mi ex, actual en ese momento, lo cual cancelaba cualquier idea, ya qué decir intención, pero que la verdad en la distancia miraba hacia atrás con ganas aún vigentes.
Su respuesta fue la mejor... ahora no recuerdo muchos detalles, pero recuerdo dos o tres cosas: "aburrida nada, nunca conocí persona más sana que vos" y "si te tuviera cerca te rompía la boca un beso" entre otras enmieladas a su estilo frases y oraciones.
Tiempo después fui a Argentina y pasé por Neuquén. Para mí eran tiempos difíciles: mi abuela había muerto repentinamente y no había podido despedirme de ella, contando además con un último encuentro poco placentero en nuestro haber. Nosotras, que siempre tuvimos una relación tan linda, tan especial. Yo, que siempre la quise tanto, no le di lo mejor, lo que se merecía. Como la pobre no sabía que se iba a morir dejó una casa intestada, cuya hija menor -una mujer atormentada por su propia locura, incapacidad de querer y egoísmo- tuvo bien adueñarse generando una guerra entre hermanos realmente triste. Y para colmo, salía de una relación espantosa, que me había dejado emocionalmente agotada e incapacitada, pero con mucha necesidad de apapacho.
Así llegué a Neuquén. Y así me encontré con mi Tío Juan (un tipazo, pero también con demasiados demonios encima). Me encontré con Sabino y Pedrito, primos casi hermanos -hijos de tíos/padres postizos-. Me encontré con la Tía Beatriz, pedazo de mujer, quien con los años me di cuenta fue para mí una referencia vital.
Y así me encontré con la casa de mi abuela, con lo ojos llenos de lágrimas y el corazón en la mano mientras recorría sus espacios, sus olores, su cocina, su biblioteca metafísica, su enorme jardín/huerta, sus fotos, recordando su voz cantarina, su risa estruendosa, pegadiza, y recordando cuando era chica y me iba a su casa a dormir y jugábamos a la canasta y yo me disfrazaba de chinita y nos contaba chistes y llorábamos de la risa y su torta de los ochenta golpes y sus malfattis y el mondongo, que yo tanto odiaba y comía casi llorando pero al que gracias a sus bondades mi hermano y yo sacamos una salud de hierro.
Y me encontré con los eucaliptos de la diagonal, con los helados de Piré, con el Río Grande -que recorri en canoa con el gran Juanqui- y el monumento a San Martín. Y las clases de tango y el hijo de Susana que era un bombón y las conquistas de la clase de tango y los zapatos de baile que me regaló la Tía Marcela —la loca, de quien me di cuenta entonces que no había palabra, apapacho y/o contención que le alcanzara- y los cafés que tomamos en la confitería El Ciervo.
Y me encontré con las marchas y los festejos por el 24 de Marzo que se convirtió en día nacional de la memoria y me traje una loza conmemorativa de Zanón que aún hoy guardo con todo cuidado y amor y me acompaña a donde voy, para que no me olvide quién soy, de dónde vengo, lo que viví y lo que me constituye.
Y me encontré con mi casa, y el patio y los tres abedules, y mi cuarto de adolescente y mis amigas de la secundaria, y amigos de mis papás que se sorprendían tanto al verme tan grande, y hasta los amores platónicos de la juventud -¡¡¡qué estaba pensando!!!-
Y me acordé de quien ya me había olvidado y me acordé también de Fer, y pregunté donde andaba y qué era de su vida, y me contaron que estaba muy bien, que había armado una revista, y que estaba además muy enamorado y contento, en pareja con una chica que lo traía loquito hace rato. Y me dió mucho gusto, y todavía más ganas de verlo y charlar, verlo enamorado y de encontrarnos así, "grandes", con mucho que contarnos.
Y en la marcha -que además tuvo una fuerte presencia Mapuche, lo cual me encantó— me encontré hasta con sus hermanas -Neuquén es muy chiquito, te encontrás con todo el mundo con sólo salir a tomarte un café-, a las que conozco -y una de las cuales andaba en correteos con El Maravilloso Juanqui—, y no con el. Y después fuimos a comernos una pizza y el estaba ahí, pero sus hermanas salieron a medio atajarme digo yo y el nunca se paró a saludar y me dijeron que estaba con su chica y claro, ahí me di cuenta que no quería que nos encontremos, y me pareció muy boludo de su parte y medio me enojé pero a la vez me dió mucha ternura y mucha risa la situación.
Y eso no fue todo, pero regresé a México y años después, hace 15 días me lo encuentro y le dejo un comment en su blog y me dice que le deje mi mail para que me escriba y se lo dejo y ni sus luces y a mí me da una pena enorme pensar que quizás aún siga con esa muy vanidosa pero de cierta manera halagadora idea en la cabeza, o, peor aún, que ya se haya olvidado de esa chica que fue compañera suya de la facu y alguna vez se le tiró el lance pero se fue hace como mil años a vivir a otro país.
Y bueno, sería lo normal, me fui hace como mil años.
Qué loco, ahora parece que soy Gonzalo.
Pero la lluvia me encantó.
Gracias, Fer.
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1 comentario:
me hiciste suspirar marimoritas... nostalgias (rionegrinas) que me recuerdan que a pesar de ser un ejemplo de la vida chilanga, el último puntito de tu corazón es argento 100%
un beso
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