sábado, 25 de julio de 2009

Gettin' there

Anoche salir del laburo fue una odisea, luego de días de calor sin lluvia -o apenas- y cielo amagoso, exactamente a las 6:30, media horita passed el final oficial de mi jornada y momento en que pensaba en comenzar a prepararme para partir, se suelta.

Una lluvia de esas de me estaba aguantando las ganas y ahora sí, agárrense que ahí les voy.

No paraba, y qué buen ritmo, qué bárbaro: no paró de llover a cántaros por lo que calculo fue más de una hora.

Tipo 8 empezó a disminuir la cosa, y yo, ya sintiéndome medio presa, me dije ahora es cuando, patitas pa qué las quiero. Total que salgo, camino media cuadra bajo una llovizna más que agradable -salvo por los ríos en las veredas, poco convenientes para mis crocs- y zas, otra vez.

Así que comete 15 minutos abajo de un techito, apretujada entre los demás guarecidos, con un homeless al lado tuyo sentado en el piso, moneadísimo, lo más pancho, empapado y empapándose aún mas con los dichosos riítos. Y la verdad yo soy muy maricona para esas cosas, esas imágenes me parten en corazón, me duelen, me dan impotencia y me parecen injustas. Más que el apuro de llegar a casa -aunque había refrescado mucho los demás guarecidos me tapaban el chiflete y me protejían las patas empapadas- lo que me hizo rajar al primer asomo de disminución lluviosa fue el homeless. Porque a la escena agregale un hijoderemilputa que llega a darle más paco al tipo, y a decirle mil cosas que, o lo reputeás al tipo y te cagan a trompadas él y el homeless, o te vas.

Total que huyo y llego al metrobús, casi sin mojarme para mi sorpresa (la ventaja de la frondosidad de los árboles de San Angel), y llego a casa rapidísimo y sentadita (he tenido una suerte que hasta me da miedo salar contando que todos los microbuses me tocan vacíos y rapidísimos).

Y de repente, caminando de la parada a casa me doy cuenta.

No pensé en él en toda la semana. O bueno, si, pensé en él, pero es un pensar más como de revisión de lo que pasó: recuerdo cosas, situaciones, actitudes, escenas; fotografías que me están ayudando a reconstruir la historia y darme cuenta de mil cosas, siendo la más importante que, aunque me dolió y me duele y me seguirá doliendo que ya no esté conmigo, es lo mejor que me pudo pasar. Pero bueno, el tema cuando pienso en él así no lo pienso extrañándolo.

Pero ahora sí, lo extrañaba. Y ahí me doy cuenta: lo extraño los fines de semana.

Fines de semana como este, camino a casa, sola, cansada, con hambre, medio cagada de frío (me niego a llevar abrigo que no voy a usar en todo el día porque hace un calor bochornoso, y no voy a cargar un sueter que voy a usar media hora a la noche, prefiero cagarme de frío esa media hora y listo).

Un viernes, sin más que hacer, sin más que pensar, sin gente que conocer, sin convivencia, y sin plan de viernes porque tus amigas se cansaron de invitarte a todos lados para que nunca vayas, porque realmente no tenés ganas de salir y gastar plata al pedo para emborracharte, ligar, hablar boludeces, cogerte un pibe, olvidarte de todo por 3, 5, 7 horas.

Porque de lo que ralmente tenés ganas es de transitar el duelo y la tristeza y buscar la manera de asumir y procesar de la manera más sana que puedas.

Y claro, además de que te sentís un poco vieja y fuera de circulación y necesitás reencontrarte con vos.

Y claro, también porque durante años los fines de semana nunca estabas porque estabas con él, y tus demás amistades aprendieron a no contarte los fines de semana, y no van a volver a integrarte hasta que no reaparezcas. En fin.

Total que igual, a pesar de que sentía y pensaba todo eso mientras caminaba, me sentí bien. Me gustó estar sola, me gustó pensar que me había olvidado el celular y darme cuenta que como ya no estoy pendiente no le doy mucha bola. Me gustó sentirme dueña de mis tiempos, mi cuerpo, mis ideas y saber que sí, estoy transitando y aprendiendo a vivir con mis decisiones pero sobre todo, conmigo misma.

Y me encuentro en el camino un puestito de tamales que olía delicioso y me compro un oaxaqueño de mole que era una cosa tan rica, tan bien preparada, que parecía que adentro de la vaporera había una oaxaqueña amasándotelos en el momento y poniéndoles el mole que acababa de preparar con sus propias manos.

Y decido que sí, que esto de transitar con conciencia, alerta y decidida, pero a la vez dejando fluir, rocks. Así es y así será hasta que llegue la siguiente fase.

Y llego a mi casa y me pongo a buscar cines para cerrar la noche y mensaje del Negro: "mamá y hugo nos invitan al 1900, a las 22:30 ahí".

Ah bueno, sin cine pero con postre: unos profiteroles rellenos de helado de vainilla y bañados en chocolate amargo, con frutillas. Charla agradable, lugar lindo, buena vista, y a dormir.

Todo sigue, todo fluye.

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