martes, 17 de agosto de 2010

Días

Como hoy.

Que te sentís para la mierda. Que la ansiedad te gana más que nunca. Que hacés exactamente todo lo que no tenés que hacer. Que no te concentrás.

Que pensás en todo lo que no fue. Y pensás que qué rara es esta sensación de en realidad estar aferrada a la inercia de tener a quién darle tu amor y lo que sos y que te quiera (porque te das cuenta que sos muy querendona, que necesitás querer y que te quieran).

Y pensás que qué jodido todo y qué jodida estás, pero seguís en loop en el mismo lugar, pensando en lo que sabés que no te sirve y ya no vale la pena.

Y te sentís sitiada en tu propia ciudad, en tu propia comunidad virtual, simbólica y literalmente. Y te sentís agobiada, porque los filtros se hacen cada vez más permeables y la info que no tenés ganas ni fuerzas para ver se cuela como agua por techo de junco.

Y todavía te falta toda una semana.

Pero bueno, también estos días son los que te sirven para darte cuenta que ya creciste un poco más: esas ganas de irte (a otro país, volverte al tuyo), ya no son más que un trasfondo de evasión, y este escozor, ni más ni menos que el síntoma de que te estás despegando por fin de lo que te tenés que despegar.

Está bueno darte cuenta que tu nivel de resiliencia sube de manera proporcional a la caída de tu nivel de vulnerabilidad y volatibilidad: ya pocas cosas te hacen tirar la toalla, y queda más claro que lo que viene va a ser mejor, y no por ley de vida, si no porque tu capacidad de elección se perfecciona.




(igual, no dejar de ser un día de mierda, y él, un flor de pelotudo)

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