jueves, 5 de febrero de 2009

El otro día alguien me preguntó "en qué ambiente me siento mejor". Me costó entender la pregunta la verdad. Es que cómo en qué ambiente. "Claro, con qué tipo de gente te sentís mejor". Ah bueno... uf, a ver, me deshice en una pregunta sumamente extensa que terminó teniendo una fuerte carga filosófica. No sé como hago pero siempre termino haciendo lo mismo, tengo una increíble capacidad para crear, del comentario más liviano, un postulado... madre mía... recién me doy cuenta qué tan existencialista soy. Me deben alucinar.

Creo que, ambientes ambientes, hay dos, en términos de tipo de ambiente y todo lo que se desprende de ellos.

Uno es el ambiente impuesto, el ambiente en el que te introducís: ahí ya está todo dicho; tiene una estructura armada, establecida e inquebrantable —generalmente por frágil y absurda—, construida a partir de parámetros muy claros e incuestionables de poder, sumisión y burocracia. Los hay algunos más graves que otros, y van desde el trabajo hasta la escuela. Lo que define a estos ambientes es básicamente el hecho de que tu capacidad de aporte, influencia o movilización es mínima... o peligrosa, forzarla sería un atentado, y podría tener costos altos —la exclusión, por ejemplo—.

El otro ambiente es el abierto, el permeable. Es todo lo contrario. En este no aplican cualidades ni adjetivaciones. No es bueno, ni malo, ni divertido ni aburrido. Podría ser cualquiera de ellas, pero la clave reside en la permeabilidad. En ellos podés influenciar, aportar, incluso podés hasta moldearlos, resignificarlos o hasta crear nuevos. Van desde la propia vida, hasta las reuniones con amigos, hasta un bar, hasta la calle... a veces si tenés suerte hasta el trabajo.

Ya con la gente es otra historia. Si bien puede responder de manera diferente a los estímulos que representamos los demás, cada quien es como es y no cambia, a menos que lo decida.

A mi la gente con la que me gusta estar es la gente abierta. Dispuesta a crear espacios —literal y metafóricamente—, capaz de pensar. La gente irreflexiva, por ejemplo, me aburre en sobremanera. Antes pensaba que era porque la gente irreflexiva puede ser muy peligrosa y les tenía miedo. Hoy, no logran en mí mayor reacción que el vil aburrimiento.

No me gusta la gente reaccionaria —que por defecto suele ser la irreflexiva—, ni la gente pose, ni la gente maleducada.

Me gusta la gente con la que podés establecer conexiones, que no tiene miedo de hablar,que puede ir más allá de lo que tiene y lo que hace. Que no necesita estar demostrándo permanentemente que viva es, o qué chistosa, o que chingona, como dicen acá.

Me desespera la gente interesada o con ínfulas de poder o maquiavélicas. Esa de plano es gente chiquita, y en fondo muy ignorante, por que no se da cuenta que eso es lo más irreal, efímero y cambiante que hay.

Me embola la gente que siente que tiene que demostrar todo el tiempo que es inteligente y hacer permanentemente afirmaciones lúcidas, profundas e iluminadoras. Relajate, corazón.

En resumen, me gusta la gente sustanciosa, inteligente, pero simple, abierta, transparente.

Me gusta la gente confiable, divertida, sin miedo y sin miedo a sí mismos.

Me gusta la gente generosa, que puede compartir, frontal, cachonda.

En fin, me gusta la gente que es gente, así, persona, en fin... qué tanto recaudo caray, la vida es corta.

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